miércoles, 5 de mayo de 2010

El montañés

Solitario, de mirada perdida, camina desde siempre por los caminos de la vida.

De tanto caminar y caminar, se gastaron sus zapatos y debió pensar en cambiar sus viejos bototos por un buen par montañés.

En su lluviosa montaña no había donde conseguir un nuevo par, decidió bajar y viajar a la gran capital.

Tomo su picota y mochila y se marcho lejos de su mojada ciudad.

En la urbe encontró un buen lugar donde guarecerse mientras trabajaba por un buen par de botines.

Trabajó y trabajó mucho, siempre callado y en su mundo propio, solo pensaba en su nuevo calzado.

Un día de madrugada, cuando el sol brilló fuerte y alto, logró por fin, ir por sus bototos.

Los pidió firmes, a prueba de arrastre, de agua y nieve. Mucho caminaría con ellos, los demandó reforzados en puntas, talones y respirables.

Feliz, decidió estrenarlos y busco el cerro más alto donde probarlos.

Subió de día, siguió de noche y sus zapatos no aflojaron montaña ni valle. En solitario logró hacer cumbre.

Y desde lo alto miraba por sobre las nubes, daba gracias por el paisaje y mientras devoraba su manzana, pensaba en lo triste que sería regresar.

Una limpia mañana, el montañista encontró un nuevo camino; otros idénticos a él, caminaban en solitario a su lado, se unieron y en grupo, hicieron fuerza común, subir cerros era su pasión.

Se alegro mucho el montañero ya no volvería a subir cerros solo.
Y aunque en cada caminata subía y bajaba en silencio, el regreso en compañía era menos pesado hasta la fría ciudad.

En su pueblo natal, subía cerros con lluvia, nadie lograba acompañarle por temor al lobo feroz. El montañés no le temía al lobo, ni al frío, ni a la lluvia, ni a la noche.

Subía de cualquier forma hasta donde dieran sus zapatos.

A veces se quedaba arriba, en la alta montaña, disfrutando en solitario de nocturnos paisajes.

Otras, lograba que algún buen caminante le acompañara en sus locos ascensos.

Siempre descubriendo nuevos senderos, senderos que inventaba al caminar.

Se enamoró tanto de la montaña, que entendía su silencio, escuchaba los vientos y se divertía con las nubes.

Sabía de tormentas y de soles radiantes. Cubría su cabeza con su gorro alpino, que mojaba en cualquier estero que por su paso cruzara.

De vez en cuando detenía su andar, para ver cruzar algún tímido animal, otras, se quedaba quieto contemplando el vuelo de algún audaz ave de rapiña.

Todos solos, como solo iba él, libre, de contaminación y ciudad.

Cada vez que podía, se escapaba a por nuevos senderos.

A veces, los caminos le juegan travesuras y la civilización le corta su inspiración, borrando de una sola plomada, alguna ruta que había atesorado y prometido volver a subir.

Otras, la naturaleza le cierra el paso con lluvia, nieve o derrumbes, que solo logran aumentar su paciencia de montañista, esperando una próxima oportunidad.

Así vive sus días este osado escalador, descubriendo siempre bellos caminos en la alta montaña, los incorpora en su radiante sistema-de-posición-global, ah ah ah, para no olvidar nunca, como regresar.


Misterioso y obediente sigue sin dudar y a ojos vendados, los recónditos senderos por donde lo llevan sus nuevos y mágicos zapatos.

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