Fin de semana redondo, decidí no hacer nada y todo a la vez, es decir, haría lo que se me viniera en ganas.... amaneció nublado, era bueno ir por un té, una paila huevo queso y quedarme todo el día en cama, eso hice, fui a la cocina, prepare mi bandeja, regrese a mi cama y disfrute de mi te, mientras, pensaba que afuera el día estaba exquisitamente helado, las nubes grises amenazaban con agua y a lo mejor se arrepentían en la mitad, entonces, era tiempo perdido quedarse en casa, como resorte salte de mi cama, me fui a la ducha, tome mi fotografinka y salí sin rumbo. En el semáforo decidiría hacia donde enfilaría, decidí a la izquierda, solo porque el estanque clamaba por un poco de bencina. Estando allí debía decidir si seguía cerro abajo o doblaba hacia arriba, decidí lo ultimo, enfile hacia los paltos, corrí a mil por hora, ansiedad por recorrer ese camino, en ruta ya, no podía creer, los aromos en su máximo esplendor, abrí las ventanas, el aire helado traspasaba el olor amarillo de los aromos. Es bello cruzar entre aromos, seguí camino apuntando los mejores lugares donde tomaría muestras a mi regreso.
Subiendo a toda prisa el mismo cerro de conejos, veo grandes paltos, ya crecieron y están prontos a dar frutos, verdes los pastizales, grietas de las ultimas lluvias me obligan a avanzar con cuidado, si patino de subida difícil me las veo, a esa hora no va nadie ni menos con amenaza de lluvia.
Camine cada árbol, revisando flores, las buganvillas ya dan sus colores y los frutales también, solo faltan los paltos que aun no se deciden a mostrar sus frutos, ya será, llegaran.
Es paz mirar hacia el valle, limpio el aire, el canto de los pájaros que aun no distingo, debo aprender sus nombres, mis únicos vecinos y no se como llamarlos.
Agua fresca ameniza el frió, hora de bajar, parada obligada las frutas en san pedro, como no llevar naranjas del casero, pepinos y membrillos, fruta madura y sabrosa de la zona.
Por la tarde decidí bajar, long beach me esperaba y Jorge tendría muchas nuevas historias que contar.
Es genial, el eligió vivir no como cualquiera, no señor, eligió ser libre, dejo su pala y su picota por un carrito de helados, va todos los días por la playa arrastrando su sonrisa. Acumula amigos, muchos van a esa orilla por un helado con historias y sonrisas, es sabio sin ser letriado, aprendió de la vida, de dolores, de malos ratos y sin sabores. Un día, cerro su puerta y dejo todo para ser feliz.
Cuando lo veo en la playa con su carrito pasear, envidio su pega y su forma de vivir, se detiene al verme y me saluda con su particular hablar, guarda todos los nombres de quienes compramos algo mas que un helado.
Inventa proyectos, teje sueños en su mente y los comenta con todos los que le quieren escuchar.
Los niños sus predilectos, clientes frecuentes, con frío o calor, un helado siempre es bueno a la orilla del mar.
Arranca sonrisas de todo tipo con su particular forma de conversar, de gaviotas, de mar y de helados mucho que decir.
Las fotos de rigor inmovilizan el momento, nubes en el cielo que me recuerdan que existe un mágico pintor que logra colores y formas que nunca alcanzara el hombre irrepetibles arreboles por la tarde.
Así fue mi fin de semana, hoy espero otro igual, superior, lleno de sorpresas y aventuras, donde me lleve mis tacones.
viernes, 14 de julio de 2006
Helados en invierno
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