jueves, 13 de julio de 2006

Lebu


Ayer pase tanto pero tanto frío en las Bodegas de San Francisco que recordé los viejos tiempos de Lebu.
Allí crecí y aprendí de inclemencias, Lebu es un pueblo minero y como todos los pueblos carboneros, se vive mucha pobreza. Su gente es generosa de alma y lleva su pena por dentro, es callada, casi invisible.

En invierno, el frío cala fuerte los huesos y en verano el viento y la arena lo hacen un pueblo inhóspito, como los del oeste en las películas de vaqueros.
A la escuelita 22 llegábamos todos los días, mis amigas y compañeras bajaban de los cerros o venían de muy lejos a pata pelada, guardaban sus zapatos y calcetines en su bolsón de colegio y cubrían su cabeza con bolsas de nylon, así llegaban cada mañana a lavar sus pies en el patio común para poner sus zapatos negramente lustrados antes de entrar a clases.
En los recreos de invierno hacíamos una gran ronda en el único hall de la escuela, así, paseábamos estudiando algunas, conversando otras y entonando las canciones de ronda que se escuchaban por el alto parlante del colegio.
Yo no sabia de lluvia, me cruzaba el junior de la compañía donde mi madre era jefe, vivía al frente del colegio así que menos opción de mojarme tenia, llevaba capa y paraguas abrigo y botas, ... para que? Me pregunte muchas veces, si no me toca el agua, alguna vez me saque esa capa y el abrigo para dárselo a Angélica o Berta que lo necesitaban mas que yo.
Recuerdo que en clases de técnicas especiales siempre se me olvidaba llevar mi bordado, entonces pedía permiso a la señorita Ibarrudi para ir a mi casa por el, salía de mi sala y al pasar por delante de la oficina del director me agachaba y corría a perderme, gane una me decía. A mi regreso hacia lo mismo solo que nunca me libraba y el señor Riquelme me esperaba en la puerta del colegio, el sermón correspondiente en su oficina y el no se volverá a repetir, que se cumplía hasta la próxima clase de bordados .... jajajaja
El señor Palacios, otro de mis profes preferidos, me tenia wena, es que nunca me quedaba callada y eso le entretenía, no me esforzaba mucho con el estudio para mi era un juego, las escuelitas de pueblo no son muy exigentes, y siempre me las ingeniaba para tener algún lugar.
No había mucha entretención en ese pueblo, era mas bien un pueblo fantasma. Algunos fines de semana de verano mi madre nos enviaba a la casa del único taxista del pueblo, el señor Díaz, el mensaje era el siguiente:
Señor Díaz puede usted llevarnos a la cueva del toro mañana a las 3?.
Se le llama así por el sonido que emite el viento similar a un bramido de toro.
El señor Díaz puntual, nos llevaba a la cueva del toro, mi madre le pedía que regresara por nosotras a las 5, mas allá de esa hora era sádico permanecer en esa playa. Preciosa de postal pero con un ventarrón de arena que no era grato disfrutar, los sándwich del picnic siempre terminaban llenos de arena y habrá algo más desagradable que comer pan con arena?
La gracia de esa playa además de su belleza es la historia que se cuenta de ella: Dice la leyenda que fue el refugio de uno de los personajes históricos más ruines de América. Una enorme caverna de treinta metros de altura, a la que se accede por un oscuro túnel, nos lleva al refugio del renegado Benavides y en ella ... "el bandido, ocultó su botín de oro y plata y al morir un sismo oculto para siempre las grutas, desde ese momento el espíritu vaga en busca de su tesoro”.
Los sábados por la tarde llegaba mi padre a vernos, él viajaba de Concepción fin de semana por medio, por la noche, esperábamos escuchar el cof cof prf puf paf paf de la micro bajando lentamente por la entrada camarones, era la micro del pueblo, demoraba mas de 6 horas en recorrer los pueblitos entre Concepción y Lebu. Otras veces viajamos nosotras a Concepción, se llenaba esa micro, de gente, maletas y niños chillando por el espacio. Los bultos, canastos y las gallinas todas en el techo, y siempre terminábamos en pana en Curanilahue.
Todo terminó cuando llegó el primer flecha verde al pueblo, era un bus súper salón parecido al tocomocho, con asientos tapizados y reclinables, el chofer de uniforme y no se permitían pasajeros de pie, un lujo ese flecha verde, no todos podían viajar en el.Un día, sin aviso previo, mi madre decidió partir, nos trasladamos a Coronel otro pueblo minero mas cercano a la ciudad, sentí rabia y pena en mi partida, porque aunque tenia muy pocos amigos y no había mucho que hacer Lebu era un pueblo con historia de esas que marcan tu niñez. Llegar a una población moderna en San Pedro de la Paz, con casa nueva y gente de ciudad era un fastidio, la resistencia propia de cualquier cambio. Debí aprender a vivir de nuevo. Hoy miro a lo lejos como fue mi tiempo en Lebu, seguro no estaría hoy escribiendo esto si hubiese permanecido allí, posibilidades cero, mis amigas estudiosas que competían conmigo los primeros lugares no alcanzaron mas que al único liceo del pueblito, oportunidades nulas para un pueblo minero. No se como está hoy, quizás no cambio mucho, nunca se oye de el y su gente debe seguir igual que siempre, invisible, como tantos pueblos mineros.

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