lunes, 30 de noviembre de 2009

Un japonés…

Me robó el alma, era extraño este japonés, alto, flacuchento desordenado, como ningún japonés antes visto, pero era japonés.

Cuando hablaba se hacía notar, arrugaba el ceño, fruncía sus ojitos rasgados y vociferaba bien alto para que todos le pudieran escuchar.

A veces hacia aspavientos de su origen oriental, y se daba ínfulas de una raza superior.

Otras daba la impresión de cual era su fortaleza, se escondía tras su máscara de temible japonés.

Como buen japonés era de costumbres y modales, que no entendíamos los que cotidianamente veíamosle pasar. Mas él, impávido, seguía sus rituales ordenadamente todos los días.

Casi nunca comprendido, en tierra extraña, este japonés desencajaba. Quizás eso fue lo que hizo fijarme en él.

Al principio me incomodo su dura forma de ser y al igual que el resto, no entendí su peculiar forma de hablar, lo ignore. Aunque muchos mas por miedo que respeto siguen su juego.

También inspira consideración, muchos ofrecen reverencia cuando él, altaneramente transita en su ir y venir.

A lo lejos, de repente lo observaba, no me intimidaba, de vez en cuando me detenía a revisar su forma de ir. Él, también me miraba.

Un día cualquiera la situación cambió, cedí mi espacio e incliné mi cabeza al estilo japonés, reverenciando su atención. Fue entonces cuando vi su rostro, limpio, blanco, sin máscara, una sonrisa se le escapó.

Atento, caballero, fuerte y rudo, hablaba alto y claro para que no quedara ninguna duda de lo que estaba diciendo, siempre, era última palabra.

Así era en todo su andar, centro del universo. Desear su atención, era bailar al estilo nipón.

A veces me pregunto, que miedos esconde este imponente japonés?

Elegante y preocupado de su imagen, viaja mucho por todo el orbe y en cada viaje algo de su estilo japonés, se vuelve cada vez más fuerte, es su temple, formanda al pasar de los años que ya doblan medio siglo.

Como buen japonés, las mujeres no son de importar, el sentimiento no es tema, gusta de selectas compañías que el mismo escoge.

Generoso en los placeres de la vida, no escatima en gastos si de gustos se trata. Mas, basta un detalle fuera de norma y te exilia de su vida. No dice nada, solo saca de su cinto, su impecable katana, sable que por años ha traspasado su familia de generaciones, te borra sin miramientos, de un solo sablazo. Así de rudo es este atrevido japonés.

Eso fue lo que me enamoro, su sello, su prestancia y arrogancia, aunque aquello dista lejos de mis valores.

Cuando se propone conquistar, viste de gala, sin léxico repetido, despliega todo su encanto para desarmar cualquier escusa que pudiese negar su deseo.

Desconcentrado, perdido, diseminado, descontrolado internamente, disimula bien, de esa manera traza mapas imposibles de descifrar.
Que esconde detrás de esos mapas este japonés corazón de hielo?

Intente defenderme a muerte pero caí en sus redes, una tarde cualquiera cuando displecente solicitó mi ayuda, no me pude negar, era un honor que se dignara pedir de ti un favor.

Sin darme cuenta caí en su trampa mortal, caminamos por un tiempo intentando descubrir hacia donde me conduciría ese pasillo. A diferencia él, conocía perfectamente el laberinto escogido, lo recorría muchas veces con cada víctima de turno.

Le gustaba seducir con su particular y ruda forma de ser. Halagador y encantador sabio al caminar por sobre la cuerda floja a ojos vendados.

Como buen japonés, aclara las reglas antes de empezar el juego , saca sus guantes y muestra sus manos limpias y blancas e invita a jugar con las mismas cartas que ha barajado tantas y tantas veces. Para no inspirar desconfianza, te da ventaja y avanza distraído y sin temor, sabe a ciencia cierta que a la primera vuelta ya no sabras regresar, él sí, dispone de todas las llaves de ese extraño lugar.

Lo miraba desde lejos intentando descubrir en el fondo de su alma cual era su juego real, mas eso era imposible, nunca daba la cara y su mirada no era clara, sabia que desde allí se entraba al alma y entonces era hombre muerto. A cambio, me devolvía una mirada fulgurante que erizaba todos mis pelos.

Era agradable ir con él, a pesar de que en cada paso, era evidente el desconcierto de no saber por donde vas, que terreno pisas, por donde escapar.

Me deje seducir, me deje engañar, me deje arrastrar; su perfume japonés me embriago cada vez que él dispuso tiempo para dejarse ver. Si, porque siendo centro del universo, todo su actuar y andar era dispuesto solo por él. Cualquier insinuación que no estuviese sobre esa base, la escuchaba atentamente sin mover músculo de su ruda cara, luego y tranquilamente, lo borraba en su mente sin emitir comentario alguno.

A veces, su deseo lo traicionaba y decía cosas que luego, debía desdecir pues no iban con su oriental forma de ser.

No supe que estaba muerta hasta esa tarde que, caminando de su mano, recorrimos el mismo sendero de muchas veces, me lo había enseñado para evitar mi miedo, sin embargo, al final, algo cambio, desapareció de mi vista y sola me dejó.

La desesperación se adentró en mí, intente retroceder, rehacer el camino y buscar una salida pero fue mayor mi desolación.

Lo llame fuertemente, con toda mi voz, con mis ojos cansados, con mi angustia y necesidad, pero no acudió, en sus planes ya no estaba. Mi intuición sobre ese último viaje me había advertido que algo había cambiado en ese conocido recorrido, fue más fuerte mi sentir y una vez más me deje llevar, seria la última. Nunca más supe de él.

Hoy no se si destrozó mi alma con su rudo sable o simplemente morí de pena, no se si estoy en este laberinto o todo está en mi mente. Se que no existe el pasado como tampoco el futuro, mas en este presente, tampoco existo hoy.

Porque me dejó el japonés?, pánico de sentir, no esta dentro de sus ritos, es un hombre práctico, de los que no abundan acá, común en su tierra oriental desconocido al occidente.

Tendida en el suelo helado del obscuro laberinto, me arrastro una vez mas, intentando lograr salir, es cuestión de tiempo, lo estudié mil veces y aunque nunca entendí, supere el dolor, la tristeza y encontre huellas de regreso a casa.

En que estará hoy este japonés de las mil noches?, tras su nueva victima de rating máximo, en su peculiar esquema nipón.

Oye tú, triste japonés, debo decir algo donde quiera que estés, se de tu máscara que esconde miedo, me lo dijo el laberinto. Miedo de sentir que te hará devolver cada lágrima derramada por ti.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen cuento mi querida amiga, y existe ese malvado japones?

Gabo

Anónimo dijo...

Me gustan las historias de samurais, son muy jevi esos wns igual malditos...jajajajajaja
B.R.H.

Anónimo dijo...

Patita amiga espero que no exista ningun japones como ese, menos que se te haya cruzado uno, soy muy malos esos tipos y machistas a cagarse.
Es solo un cuento verdad amiga?... cuidate amiga.
Rosy

Anónimo dijo...

Bueno el cuento Pata, zablazo al japones, y sigue escribiendo,,,

A.B.H.